En tus cuentos, como en "La palliri", hay una veta en tu escritura que denota cierto halo fantástico. ¿Qué opinas sobre esta faceta de la escritura en Latinoamérica?
Después de haber leído a los autores del llamado “realismo fantástico”, como Rulfo o García Márquez, he llegado a la conclusión de que la realidad latinoamericana es fantástica por sí misma.
Es decir, lo fantástico es un plato ya servido en países donde a diario se experimentan situaciones desaforadas e inverosímiles, no sólo debido a la mezcla de culturas, razas, idiomas y creencias, sino también porque hay culturas donde sobrevive una mentalidad proclive a las supersticiones; a esta hecho concreto, a las supersticiones, corresponde mi cuento “La palliri”. Más
todavía, el realismo mítico existente en Bolivia, sobre todo en las culturas andinas, se ve reflejado claramente en mis “Cuentos de la mina”, cuyo personaje central es el mítico Tío de los socavones, que, siendo una suerte de dios y diablo al mismo tiempo, representa el mestizaje cultural y el sincretismo religioso entre lo católico y lo pagano. En las culturas ancestrales y en las minas bolivianas, en pleno siglo XXI y contra todo racionalismo kantiano, el realismo mágico y mítico forma parte de la convivencia cotidiana.
He leído tu “Radiografía de Julio Cortázar” y comprendo tu vida en Suecia. Y es que, ¿es necesario estar lejos para escribir de Bolivia?
No es necesario, pero la distancia, a veces, te ayuda a ver, a comprender y a describir mejor algunas cosas que no son fáciles de advertirlas estando cerca o dentro del país. Echarle una mirada a Bolivia desde afuera, es como verla desde una perspectiva aérea, de una manera global, lejos de todo regionalismo y tomando en cuenta que es un enorme abanico hecho de varias etnias y varias lenguas, donde se mezclan todo los olores, colores y sabores. Por lo tanto, Bolivia no sólo es rica en recursos naturales, sino también en cultura. Vivir en el exterior o escribir desde lejos lleva la impronta de la añoranza por la tierra, un halo que se proyecta, de manera consciente o inconsciente, en los textos literarios de los autores que, como fue el caso de Cortázar, experimentan una dualidad entre su país de origen y el país que los acoge como refugiados o inmigrantes. Éste es mi caso, pues al igual que el personaje de “Rayuela”, vivo con un pie en Suecia y el otro en Bolivia.
No sé si es bueno o malo para la creación literaria, pero al menos te
enriquece como a persona, porque mientras más mundo conoces, comprendes mejor que los nacionalismos y regionalismos, por ejemplo, son razonamientos más torpes que atinados.
¿Cómo nacen tus cuentos?
De un impulso interior inevitable. De una necesidad, casi fisiológica, por querer contar una experiencia vivida en carne propia o experimentada por otros. Además, como es natural, en la literatura, sobre todo en el cuento y la novela, hay siempre una fusión entre la realidad y la fantasía, un hilo sutil que une la experiencia y la imaginación del autor, cuya personalidad está dispersa, acéptese o no, entre los personajes de su obra.
¿Y cómo tus novelas?
Nacen de la misma necesidad existencial por querer transmitir pensamientos y sentimientos. No hay gran diferencia entre la creación de una novela y un cuento, salvo en la extensión y, quizás, en la estructura. Escribir un cuento es como hacer un adobe, de lleno y en un solo molde, en cambio escribir una novela es como construir una casa, porque además de mayor tiempo y espacio, requiere de más material y de saber colocar con precisión las puertas y ventanas para evitar que el viento se los lleve.
¿En qué campo te sientes más cómodo, en la novela o el cuento?
En ambos géneros literarios, aunque tengo mayor preferencia por el cuento, sobre todo por el cuento breve, cuya técnica no es nada fácil de dominar. Exige que el autor maneje el lenguaje con una precisión de joyero para que su pequeña gran creación constituya una verdadera joya literaria. Siempre he creído que escribir un buen cuento corto puede ser más difícil que escribir una novela.
Noto cierta frescura en tus libros, siempre están llenos de aventura. ¿Has vivido todo eso?
Sí, de un modo general, mis libros son los espejos donde se reflejan partes de mi vida, unas veces de manera más difusa y otras de manera más nítida y exagerada. Casi todos están contextualizados en ámbitos que conozco y de los que conservo impactantes recuerdos. No obstante, debo aclararte que no son ni tan autobiográficos como en el caso de Vargas Llosa ni tan de ficción como las obras de Tolkien. Están en un límite exacto donde se unen la realidad y la fantasía.
Ya que tú enseñas literatura. ¿Cómo se puede inculcar el gusto por la lectura a los niños?
Hace tiempo ya que dejé de ejercer la docencia, pero tengo un criterio definido acerca de qué o cómo se debe hacer para estimular el gusto por la lectura en los jóvenes y niños. Para empezar, se deben sustituir en las escuelas y colegios los mamotretos de los clásicos por las obras de autores nacionales y por lecturas que sean de su interés. Los niños necesitan identificarse con los personajes y con los temas que, de algún modo, correspondan a su nivel lingüístico y emocional. Los libros no deben estar atados a criterios moralizantes ni tener siempre una función didáctica para enseñar un conocimiento específico o, de un modo maniqueo, para ayudarles a distinguir lo bueno de lo malo. Lo mejor es proporcionales una literatura que estimule su fantasía y desarrolle su capacidad idiomática, con todas sus facetas lúdicas. De lo que se trata es de permitir que ellos, con absoluta libertad, elijan los libros que quieren leer, lejos de los dictados pedagógicos o los programas de enseñanza impuestos por los tecnócratas de la educación.
Para los niños siempre será más estimulantes leer los cómics o “Harry Potter”, que leer Don Quijote o las fábulas de Esopo, que, por lo demás, tienen un código lingüístico y unas moralejas que no comprender los niños, cuyo nivel lingüístico y desarrollo emocional son incompatibles con los del adulto.
¿Por qué escribir, Víctor?
Porque es un oficio de solitario, una necesidad existencial, que se acomoda muy bien a mi modo de ser. Escribo para no morirme, para ventilar mis fantasmas y compartir, si es posible, mis pensamientos y sentimientos con los lectores. No escribo con la intención de buscar la fama ni el dinero. Son factores que jamás me interesaron. Las veleidades pequeñas burguesas, los protagonismos y los afanes de figuración, tampoco me atraen ni forman parte de mi personalidad. Escribo, simple y llanamente, para sentirme bien conmigo mismo. Sin embargo, estoy también convencido de que escribir no es un oficio vano, sino un instrumento que puede servir para denunciar las injusticias sociales y los atropellos a los Derechos Humanos. La escritura es digna cuando es auténtica y cuando persigue un objetivo que está lejos del mercantilismo que impone sus reglas salvajes.
Dentro del campo plenamente literario, ¿cómo es vista Bolivia en Europa?
La literatura boliviana sigue siendo una ilustre desconocida en Europa. La prueba está en que incluso brilla por su ausencia en los compendios sobre literatura latinoamericana. Sin ir demasiado lejos, nuestra literatura es la más rezagada del continente, y no tanto por la inexistencia de excelentes escritores, sino porque no se le dio la difusión merecida, en parte, debido a la deficiente política cultural de las instancias pertinentes y por la situación socio-económica del país. De todos modos, la literatura boliviana, en la mentalidad de la mayoría de los europeos, incluidos los hispanoamericanos, sigue siendo una literatura mágica y secreta, con fuertes influencias de la tradición oral. Espero, sinceramente, que la nueva pléyade de escritores, que hoy están impulsando la literatura boliviana, lleguen a ocupar un día el lugar que les corresponde en el contexto de la literatura mundial. Es un objetivo difícil pero no imposible.
¿Qué opinas del reciente premio Nobel? ¿Quién se lo merecía?
De entrada, debo manifestarte que no me interesa el actual premio Nobel y es probable que nunca lo llegue a leer.
Tengo varias razones, pero la más concluyente es que no suelo leer, por regla general, a los autores que saltan a la fama por un galardón obtenido. No leo a los bestsellers ni a los escritores inflados o “fabricados” por los negociantes del mercado editorial. Sigo leyendo, por preferencia personal, a los escritores del underground, a los outsiders, a los escritores marginales y despreciados por las editoriales comerciales. En síntesis, el poco tiempo que dispongo para leer lo dedico a los escritores que circulan de boca en boca y a los libros que pasan de mano en mano, como es -o fue- el caso de Jaime Saenz. Para que me comprendas mejor, te cuento la siguiente la anécdota: cuando nadie lo conocía a Jaime Saenz en Suecia, un grupo de amigos nos dimos la tarea de fotocopiar varios ejemplares de “La noche”, que me lo había enviado el amigo Jorge Campero desde La Paz. Así hicimos circular las fotocopias entre los lectores hispanoamericanos en Estocolmo, en las tertulias literarias y a través de las páginas de la revista Contraluz, que por entonces estaba a mi cargo. En otra ocasión, cuando Manuel Vargas me comentó que estaba pensando publicar los textos inéditos de Víctor Hugo Viscarra, que él tenía en su poder por razones de seguridad, le dije que los publicara sin vacilar, pues correspondía a esa categoría de escritores por los cuales yo apostaba a ojos cerrados. De manera que siempre tuve la sensación de que los escritores que experimentan las vicisitudes de los marginados o excluidos, una realidad que desconocen las señoritas encopetadas y los hijitos de papá, tienen mucho que contar sobre los bajos fondos de la ciudad, no tanto por asumir una falsa pose de intelectuales, sino porque no les queda más remedio que ajustar cuentas con su propia existencia, sin más pretensión que dejar un testimonio verás de su paso por este mundo.
Tus tres máximas para el joven escritor.
1. Leer, leer y leer. 2. Ser auténticos y no dejarse arrastrar por las corrientes de moda. 3. Aprender de los errores propios y ajenos, y escribir lo que dicta el corazón.